lunes, 12 de diciembre de 2016

El poder de las palabras (Parte 1)

Cuando en el 2006 dijeron "Plutón dejó de ser un planeta", yo pensé que había explosionado y dejado de existir (sin exagerar). Pero el astro sigue existiendo físicamente y gira alrededor del sol como siempre lo ha hecho, sólo que simplemente ya no es un "planeta". Así ocurre con muchos elementos del lenguaje. Por ejemplo, el término "taquigrafiar" ya no será una palabra en unos años y la palabra "whatsapear" pronto se convertirá en una palabra registrada en la Real Academica Española; además, Pedro, ayer martes, no era bachiller pero hoy miercoles sí porque ya tiene su cartón de "Bachiller" en mano (aunque, entre ayer y hoy, Pedro no haya cambiado tanto tanto que digamos; sigue siendo el mismo chico). Estos ejemplos son muestra de un mecanismo de subsistencia humana, el cual nos sigue siendo útil (aunque a veces se va a ciertos extremos y se cae en lo absurdo); nos hemos vuelto expertos en crear nuevas palabras y nuevas "realidades" junto con ellas.

El mecanismo detrás de las palabras

Con base en observaciones tangibles del espacio físico, el ser humano va construyendo representaciones mentales. Muchas de ellas están más cercanas a la realidad que otras (Véase Bunge, 1973). Algunos estímulos del espacio físico corresponden a un patrón de representación mental consensuado; es decir, cierto grupo de gente está de acuerdo con que determinado estímulo de su espacio, por sus características físicas, es una "piedra", determinado otro es un "árbol" y determinado otro es una "persona". Esto es posible mediante la capacidad humana de formar conceptos (Kerlinger, 1988); por ejemplo, una "persona" es definida por "tener dos brazos, dos piernas, caminar erguida y hablar en un lenguaje comprensible y sofisticado".  

Si así ocurre con la definición de elementos físicos como una piedra, con elementos abstractos, éste proceso se complejiza, y aveces mucho más. Cuando se trata de agrupar y definir elementos abstractos (conceptos) como "virtud", "coraje", "heterogeneidad", etc., la tarea se vuelve más complicada, ya que estos elementos son intangibles, no pertenecen al espacio físico. Incluso, existen elementos abstractos (conceptos), e.g. idiosincrasia, que son definidos por otros elementos abstractos como "rasgos", "temperarmento", "caracter" y "colectividad". E incluso, algunos de estos elementos abstractos también son definidos por otra banda adicional de elementos abstractos y así sucesivamente. El ser humano, para referirse a y estudiar ciertos conceptos y fenómenos (e.g. por qué la gente protesta por cierta ley estatal), los tratan como constructos (véase Kerlinger, 1988) para así dar sentido a cosas y fenómenos no palpables en el espacio.  

Algunos constructos explican fenómenos que implican términos muy abstractos y complicados, por lo que estos se vuelven parte de una gigantesca, infinita y caótica nebulosa, la que puede volverse un dolor de cabeza para cualquiera (especialmente para los asiduos pensadores). Kerlinger afirma que los constructos son palabras especialmente usadas en distintos ámbitos científicos; pero también podemos decir que simplemente son palabras "construidas" (valga la redundancia) mediante otras palabras; en otras palabras, palabras inventadas usando otras palabras (valga la redundancia). Así tenemos, por ejemplo, la "compulsividad" definida como una "tendencia" a tener "conductas" "compulsivas"; y se puede seguir el juego de palabras definiendo "conductas" o "compulsivas". La compulsividad no existía en la mente del ser humano hasta que éste la construyó (la convirtió en un constructo); y ahora es un término que se usa cada día más.             
También se reinventan nuevas palabras. Por ejemplo, en la astronomía, una estrella es "un cuerpo celeste que emite mucha energía en el espacio" y, en un contexto social, es "una persona famosa o sobresaliente". O también se tiene la palabra "joyita", que es una joya pequeña y bonita; pero en otros contextos, es una persona con comportamientos poco aceptables socialmente. Así se puede llegar a eufemismos que generan malentendidos. Por ejemplo, Juan le dice a Andrea, "Roberto es una joyita", y Roberto, que estuvo a pocos metros, ha escuchado la frase. "¿Qué dices que soy?", le pregunta Roberto a Juan. "Que eres una joyita porque... porque vales un montón", responde Juan, nervioso intentando salvar la situación. "Ah, ok, pensé que te referías a otra cosa", responde Roberto suspicaz.     

[Continuación de artículo (parte 2): Hay palabras que pueden matar Nos dicen que más duele el insulto de un padre que su cachetada (...)] 


Referencias:

Bunge, M. (1973). La ciencia, su método y filosofía. Buenos Aires: Siglo XX.

Kerlinger, F. (1988). Investigación del Comportamiento. Segunda Edición. México: McGraw-Hill.

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