martes, 20 de diciembre de 2016

El renacimiento indígena (Art.1 Pt.2): Un relato familiar y medio socialistón (Requisito: haber leído parte 1 de éste artículo)

Una vez escuché que alguien comentaba "¿quién es el que trae progreso a este país? ¿acaso los nativos?". Se supone que el extracto de minerales es la "actividad clave del éxito" en los países en vías de desarrollo (Perú es uno de ellos). Muchas veces he confesado a mi padre, dedicado a trabajar con petróleo, cuán en deuda estoy con él. Le dije más de una vez "te agradezco inconmensurablemente. Te has roto el lomo por nosotros (y todo el floro de las clases trabajadoras)... y agradezco a la empresa donde trabajas, porque por muchos años, me alimenté, vestí y eduqué gracias al petróleo". Sigo agradecido, tengo que reconocerlo: gracias al petróleo tuvimos nuestro primer viaje a America, la nación de las oportunidades y el buen porvenir. Gracias al petroleo tuvimos una vida occidental bastante aceptable. 

Sin embargo, por otro lado, me siento un malagradecido, pues sigo defendiendo a las comunidades nativas pese a no deberles algo material; pese a que no haya recibido algo material de ellas (excepto por haber comprado una suntuosa pulsera de guaraná en Cantagallo). Las defiendo incluso más que al Estado y a la empresa (empiezan los rumores de "socialista", "rojo" y muy probablemente "terruco").  Entonces me hago la pregunta: ¿por qué "defiendo al enemigo"? ¿Por qué busco 3 pies al gato? (como dice mi padre). Varias veces me han dado a entender, a manera de amenaza camuflada creo yo, que si los apoyo tanto, debería vivir como ellos. En una pregunta directa sería: ¿Qué harías si vivieramos como viven los nativos de la amazonía? ¿Por qué te quedas en Lima y no te vas a vivir por allá? 

Ante la pregunta anterior, tengo la siguiente respuesta: He visitado comunidades indígenas (en realidad mestizas pero con predominancia indígena, fenotípica y culturalmente hablando). Me he quedado allí por semanas y más de una vez, y creo que no tendría problema en volver a hacerlo. Pero yo no nací en una comunidad indígena ni fui criado como indígena ni por indígenas y, además, simplemente no me mudaría porque no quiero; me he acostumbrado a otro modo de vivir y me sería muy difícil adaptarme a aquel mundo. ¿Por qué entonces saco cara por ellos? Otras veces me han dicho directamente que soy un "caviar de la católica", un hipócrita social (ustedes entienden). Pero yo no tengo un Mercedes ni casa con piscina en la Planicie. Vivo en un departamento chico y manejo una bicicleta. Además no soy de esos que se desgarran las ropas hablando de la "pobredumbre" pero que, cuando pasa un mendigo, sienten repulsión y le dan 20 céntimos para que vean que sí son "buenas personas" (tomar como referencia al personaje Micky Vainilla de Peter Capusotto). Pero sí creo en la la equidad; no igualdad, sino equidad. Tengo mi propia manera de concebir una sociedad ideal. Pero sin volar mucho, creo que de haber quedado los Incas intactos en América -pese a haber tenido ciertas conductas autoritarias, clasistas o nepotistas-, el Perú no sería el lastre del que como peruanos nos hemos quejado por tanto tiempo, especialmente al compararnos con las naciones "ricas", "poderosas" y "famosas".    



Existen diversas agrupaciones humanas formadas con base en características físicas, comportamentales, ideológicas, etc. (véase teoría del endogrupo y exogrupo). Tendemos a catalogar a las personas, por ejemplo, por sus formas de hablar y vestir, adquirimos una actitud hacia ellas en función a la percepción que tenemos de nosotros mismos, y las agrupamos; algunas personas caen adentro de nuestro grupo de pertenencia y otras fuera de él. Con este proceso clasificatorio, el ser humano va identificando diversos grupos culturales y étnicos alrededor del mundo. En la actualidad existen personas con una misma nacionalidad pero pertenecen a diversos y distintos grupos; véase como ejemplo países como Estados Unidos o Canadá. Dicha diversidad social puede ser muy hermosa pero también muy peligrosa. Como humanos, sabemos convivir con grupos distintos y de manera simbiótica, pero en algunos casos tendemos también a ser altamente conflictivos y destructivos, a querer someter negativamente o subyugar a otros grupos humanos para proteger y garantizar nuestra supervivencia. Sin embargo, hemos llegado a un punto en el que maltratamos a otros seres humanos simplemente para sobrealimentar nuestros egos, conseguir más estatus. Allí empiezan los excesos y es necesario tomarse una pausa para reflexionar.              

Hablando con honestidad, en las Américas, los indígenas y descendientes de indígenas son "mayorías tratadas como minorías"; y tratadas incluso como personas de menor valor (tal como cuenta la canción El plebeyo). Y en un conflicto de tres -como el caso de la empresa, el Estado y las comunidades indígenas- quien tiende a salir perdiendo es el "menor"; ya sea por su inferior condición social o carencia de fuerza bruta. Siendo directos, un individuo A socialmente superior, más alto y más fuerte, puede decir que las manzanas son de color naranja; mientras un individuo B, socialmente inferior, menos alto y menos fuerte, puede decir que las manzanas son rojas. En un litigio, hay más probabilidades de que se le de razón al hombre A y no al hombre B; y se defienda al hombre A y no al hombre B.  

(Continuación en parte 3Creo que la razón por la que apoyo a los grupos indígenas es una suerte de "sentido de equilibrio")
   
http://www.scout.es/uploads/Juegos/aventurate/ENG/deconstructing.pdf

lunes, 12 de diciembre de 2016

El poder de las palabras (Parte 1)

Cuando en el 2006 dijeron "Plutón dejó de ser un planeta", yo pensé que había explosionado y dejado de existir (sin exagerar). Pero el astro sigue existiendo físicamente y gira alrededor del sol como siempre lo ha hecho, sólo que simplemente ya no es un "planeta". Así ocurre con muchos elementos del lenguaje. Por ejemplo, el término "taquigrafiar" ya no será una palabra en unos años y la palabra "whatsapear" pronto se convertirá en una palabra registrada en la Real Academica Española; además, Pedro, ayer martes, no era bachiller pero hoy miercoles sí porque ya tiene su cartón de "Bachiller" en mano (aunque, entre ayer y hoy, Pedro no haya cambiado tanto tanto que digamos; sigue siendo el mismo chico). Estos ejemplos son muestra de un mecanismo de subsistencia humana, el cual nos sigue siendo útil (aunque a veces se va a ciertos extremos y se cae en lo absurdo); nos hemos vuelto expertos en crear nuevas palabras y nuevas "realidades" junto con ellas.

El mecanismo detrás de las palabras

Con base en observaciones tangibles del espacio físico, el ser humano va construyendo representaciones mentales. Muchas de ellas están más cercanas a la realidad que otras (Véase Bunge, 1973). Algunos estímulos del espacio físico corresponden a un patrón de representación mental consensuado; es decir, cierto grupo de gente está de acuerdo con que determinado estímulo de su espacio, por sus características físicas, es una "piedra", determinado otro es un "árbol" y determinado otro es una "persona". Esto es posible mediante la capacidad humana de formar conceptos (Kerlinger, 1988); por ejemplo, una "persona" es definida por "tener dos brazos, dos piernas, caminar erguida y hablar en un lenguaje comprensible y sofisticado".  

Si así ocurre con la definición de elementos físicos como una piedra, con elementos abstractos, éste proceso se complejiza, y aveces mucho más. Cuando se trata de agrupar y definir elementos abstractos (conceptos) como "virtud", "coraje", "heterogeneidad", etc., la tarea se vuelve más complicada, ya que estos elementos son intangibles, no pertenecen al espacio físico. Incluso, existen elementos abstractos (conceptos), e.g. idiosincrasia, que son definidos por otros elementos abstractos como "rasgos", "temperarmento", "caracter" y "colectividad". E incluso, algunos de estos elementos abstractos también son definidos por otra banda adicional de elementos abstractos y así sucesivamente. El ser humano, para referirse a y estudiar ciertos conceptos y fenómenos (e.g. por qué la gente protesta por cierta ley estatal), los tratan como constructos (véase Kerlinger, 1988) para así dar sentido a cosas y fenómenos no palpables en el espacio.  

Algunos constructos explican fenómenos que implican términos muy abstractos y complicados, por lo que estos se vuelven parte de una gigantesca, infinita y caótica nebulosa, la que puede volverse un dolor de cabeza para cualquiera (especialmente para los asiduos pensadores). Kerlinger afirma que los constructos son palabras especialmente usadas en distintos ámbitos científicos; pero también podemos decir que simplemente son palabras "construidas" (valga la redundancia) mediante otras palabras; en otras palabras, palabras inventadas usando otras palabras (valga la redundancia). Así tenemos, por ejemplo, la "compulsividad" definida como una "tendencia" a tener "conductas" "compulsivas"; y se puede seguir el juego de palabras definiendo "conductas" o "compulsivas". La compulsividad no existía en la mente del ser humano hasta que éste la construyó (la convirtió en un constructo); y ahora es un término que se usa cada día más.             
También se reinventan nuevas palabras. Por ejemplo, en la astronomía, una estrella es "un cuerpo celeste que emite mucha energía en el espacio" y, en un contexto social, es "una persona famosa o sobresaliente". O también se tiene la palabra "joyita", que es una joya pequeña y bonita; pero en otros contextos, es una persona con comportamientos poco aceptables socialmente. Así se puede llegar a eufemismos que generan malentendidos. Por ejemplo, Juan le dice a Andrea, "Roberto es una joyita", y Roberto, que estuvo a pocos metros, ha escuchado la frase. "¿Qué dices que soy?", le pregunta Roberto a Juan. "Que eres una joyita porque... porque vales un montón", responde Juan, nervioso intentando salvar la situación. "Ah, ok, pensé que te referías a otra cosa", responde Roberto suspicaz.     

[Continuación de artículo (parte 2): Hay palabras que pueden matar Nos dicen que más duele el insulto de un padre que su cachetada (...)] 


Referencias:

Bunge, M. (1973). La ciencia, su método y filosofía. Buenos Aires: Siglo XX.

Kerlinger, F. (1988). Investigación del Comportamiento. Segunda Edición. México: McGraw-Hill.